NOVECENTO

NOVECENTO

Me pregunto muchas veces por el momento preciso en el que una novela se convierte en un clásico. ¿Qué requisitos exactos debe cumplir? ¿Cuánto tiempo debe pasar desde su publicación? ¿Quién o qué determina que ya lo es, que puede llegar a serlo, que esa posibilidad no se baraja?

Novecento es una novela breve, considerada también un monólogo teatral, publicada en 1994. Han pasado veintiocho años desde entonces, ¿sería acertado ya tratarla de clásico? Con la duda sin resolver, lo que se puede decir de ella es que se lee en un suspiro y con un suspiro te deja llegar a la última de sus páginas. Es la historia de un músico (el título de su adaptación cinematográfica es La leyenda del pianista en el océano) nacido en un barco de vapor, del que nunca ha llegado a bajar. Solo conoce el barco, su casa, y el mar, su mundo. Pero en esa vida en apariencia tan acotada, tan limitada, ha tenido acceso a un universo mayor, mucho más rico: la música. Las teclas de un piano han sido norma, juego y brújula para la vida del niño que se convirtió en hombre.

Una de las principales particularidades de esta corta obra es su narrador. No está en primera persona, no es el propio Novecento (así apodado, así bautizado) quien cuenta los hechos que vertebran su vida. Tampoco lo hace un narrador en tercera persona, omnisciente o limitado. La voz del relato pertenece a otro personaje, a uno que toma el papel de testigo, alguien a quien la vida de Novecento le parece lo suficientemente admirable para ser narrada y compartida.

Se trata de un joven trompetista que sube a bordo del Virginian para recorrer las rutas entre Europa y América mientras gana sus primeras monedas como músico en el océano y vive una experiencia diferente. Pronto su atención se ve atraída por la figura del pianista virtuoso que encandila con su música a todos los pasajeros, pero al que pocos conocen de manera íntima. Él sí consigue hacerse su amigo, él es elegido para trabar una amistad que convierte el testimonio en algo cercano y lleno de pureza. 

Gracias al acto de intimidad del joven trompetista, podemos empatizar con una persona hermética y a la vez bondadosa, firme sobre el teclado del instrumento y vacilante respecto a su futuro. Podemos ser testigos de lo que ocurre cuando Novecento decide poner un pie fuera del barco, también del desenlace del reto que le plantea el autodenominado inventor del jazz,  Jelly Roll Morton, que sube al transatlántico solo para comprobar quién es ese pianista que vive en el mar y cuya fama amenaza con destruir su figura reinante, en los movimientos incipientes de una nueva era musical.

Alessandro Baricco construye una historia de una fragilidad engañosa, en la que se desprende de casi todo virtuosismo para concentrar al lector en la voz llena de cariño y admiración del narrador. Desde ese amor, florece una historia que se mece o tambalea según el ánimo del mar, ese mar que es al mismo tiempo hogar y cárcel, juez y testigo. Ese mar que acoge en sus entrañas a un pianista que encontró su voz a través de las notas, cuya vida fue tan restringida a ojos de unos, tan rica a ojos de otros.

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