Los nombres propios, Marta Jiménez Serrano

Los nombres propios, Marta Jiménez Serrano

«Pero no hay cosas buenas o malas. Hay cosas que quieres hacer y cosas que no quieres». Estas son las palabras de Belaundia Fu, justo antes de que su voz se apague, se desvanezca en un acto de honestidad y cortesía, para dar paso a la voz de Marta, quien hasta entonces ha permanecido agazapada pero visible tras ella.

Por suerte, lo que sí que ha querido hacer Marta Jiménez Serrano (Madrid, 1990) es abordar en su primera novela algo en apariencia tan sencillo e inabarcable: la vida. Los nombres propios es un ejercicio de una sinceridad profunda y honesta, que la ficción no mancha en absoluto; al contrario, sirve para realzar la pureza de los distintos actos (la infancia, la adolescencia, la madurez) que marcan la historia de la protagonista.

Narrada en casi su totalidad mediante una segunda persona con voz singular, la novela explora los distintos momentos que pueden marcar la vida de una niña. Que son, al mismo tiempo, los de cualquier persona. Porque un columpio, las formas que el cabello delinea sobre la superficie del agua, las chanzas habituales de una abuela… todo ello puede ser reconocible para quien lea este libro, a pesar de que nunca haya tenido una abuela como esa, ni una melena, ni tan siquiera un columpio. Y esos elementos, esos instantes que de manera similar o radicalmente distinta toda persona ha podido vivir, cobran una importancia elemental. Se convierten en las piezas de nuestro propio puzle, a las que nunca habíamos prestado tanta atención por separado. La avidez por ver el rompecabezas armado pierde aquí toda su relevancia. Porque importan los fragmentos, el significado que constituyen por sí solos. Y es precisamente esa delicadeza (que no fragilidad) con que son abordados los momentos tan cotidianos la que permite que podamos llegar a contemplar el paisaje final, tal como es.

La autora conjuga, con una sensibilidad tremenda, lucidez y emoción a lo largo de toda la obra. La voz elegida para presentarnos a Marta, a su familia, a sus circunstancias, traza una distancia lo suficientemente grande para que sintamos que el relato es honesto y, al mismo tiempo, facilita una cercanía que, desde la primera página, convierte al lector en testigo directo de la evolución que vertebra la historia. 

«Vejez, divino tesoro. La juventud la tiene cualquiera», dice en un momento determinado Belaundia Fu, trasunto de Marta. Una afirmación que, en cualquier otro contexto, podría dar lugar a debates eternos, a valoraciones dispares. No aquí, en esta novela. El único debate posible, o al menos el que realmente importa, se libra con uno mismo. Mediante los nombres propios. Porque en este relato todo tiene un fundamento aplastante, una lógica particular: los que rige la vida, ni más ni menos. Y la vida nos confronta a nosotros igual que nosotros la confrontamos a ella. En la niñez, en la pubertad, en cada una de las distintas etapas que debemos (queramos más, queramos menos) atravesar.

Ver la obra en el catálogo de la editorial Sexto Piso.

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