
09 Jun LA VIDA EFÍMERA DE LOS LIBROS
Escuchaba hace unos días un pódcast donde los libros son la excusa perfecta para hablar sobre cualquier cosa (o donde cualquier cosa es la excusa perfecta para hablar sobre libros). En él, el entrevistado hacía alusión a la corta vida que tienen las obras narrativas desde que desembarcan en una librería hasta que abandonan a regañadientes la mesa de novedades. Porque sí, el libro puede pasar de la mesa a las estanterías, pero su visibilidad ya no es la misma. Sin dejar de estar, ha desaparecido.
Ese período de tiempo en que la obra es visible abarca unos tres meses, apuntaba el autor entrevistado en el episodio sonoro. Salvo excepciones, ese es el plazo que una obra tiene para determinar su futuro. Muchas veces, es incluso inferior. Pero hablemos un poco del concepto «mesa de novedades». De entrada, el nombre advierte ya del carácter limitado de la propuesta. En ese espacio tiene cabida lo nuevo, lo actual, los artículos de moda. Está el hecho, también, de que cuando pensamos en una librería solemos imaginarnos primero estanterías altas y kilométricas, divididas en secciones organizadas por géneros, por orden alfabético o por otras disposiciones. Y sin embargo aquí el bastón de mando lo agita una mesa, no unos anaqueles.

Hoy en día todo (o casi todo) parece reducirse a la mesa y a la novedad. Las prisas, la sensación de ir corriendo de un lado a otro, la interminable lista de quehaceres en la que hemos metido con calzador una visita a la librería conducen nuestros pasos y nuestra mirada hacia la mesa de novedades. En ella, presuponemos, está lo más interesante. Como si mediante un acuerdo tácito con alguien que no conocemos hubiesen colocado ahí aquello que más nos conviene, aquello que podemos necesitar.
Nos olvidamos de que en ese mueble los libros han sido seleccionados y colocados según un criterio que no es el nuestro. Que, en apariencia, atiende estricta y puramente a la «novedad». Quizás seamos lectores que persiguen lo novedoso por encima de otros rasgos literarios, pero conviene aun así permitirse algunas reflexiones al respecto. Por ejemplo, si cada semana se publican un centenar de títulos nuevos en el país, y las mesas tienen unas medidas muy concretas (y muy ajustadas), ¿qué obras tienen preferencia? ¿Cuáles se ganan un lugar en el sanctasantórum y cuáles viajan directamente a las estanterías (o, si su suerte es aciaga, se quedan almacenadas en el depósito a la espera de que algún cliente caritativo se acerque al mostrador para preguntar si guardan algún ejemplar de ellas)?
Algunas grandes librerías pertenecen a grupos editoriales todavía más grandes. No quiere decir esto, al menos necesariamente, que en esas superficies los libros que van a gozar de un sitio privilegiado sean los de su propio sello. Remarquemos el «necesariamente». En teoría, y en buena parte de la práctica, que unos libros se ganen una atención especial es labor de los agentes comerciales. Ellos son quienes venden el producto, quienes convencen a los libreros, o a los jefes de los libreros, de que esa es la obra por la que apostar ahora mismo. Y si logran ser convincentes, habrán obtenido un hueco en la codiciada mesa.
Las mesas se suelen colocar a la entrada de las librerías o en espacios centrales de las mismas: allá donde visualmente llamen más la atención. Donde para acudir a una sección concreta tengas que bordear sí o sí esta mesa, donde para hacer una consulta debas tropezarte con ella, donde el ojo se te vaya siempre por más que a ti no te interese lo novedoso. Porque el tiempo corre. Tres meses. Si no menos. Esa es la vida «útil» que se le augura a cada libro que sale de la imprenta camino de ser distribuido.
Tres meses puede ser mucho tiempo, puede ser también muy poco. «Cuando cortejas a una bella muchacha, una hora parece un segundo. Pero si te sientas sobre carbón al rojo vivo, un segundo parecerá una hora», nos habían advertido ya Einstein y su relatividad. Así que tres meses pueden suponer un éxito para una novela y para el autor que aguarda tras ella. Tres meses pueden ser, al mismo tiempo, la crónica de una muerte anunciada para otros.
¿Qué pasaría si, por un momento, nos olvidásemos de la mesa y de la novedad? Si, por una vez, silenciásemos las notificaciones del teléfono justo antes de cruzar el umbral de la librería. Si olvidásemos los carteles publicitarios que muestran en tamaño colosal un único libro. Qué pasaría si, en lugar de curiosear con prisa los veinte o treinta ejemplares agrupados sobre una superficie limitada, paseásemos de una estantería a otra, de un apellido a otro, de una temática a la siguiente. ¿En qué momento ha dejado de ser Fahrenheit 451 novedoso para quien todavía no lo ha leído? ¿En qué momento Carson McCullers dejó de merecer un lugar destacado?

Quizás Fahrenheit 451 no haya dejado de ser novedoso jamás y el interés por la obra de Carson McCullers no vaya a desaparecer nunca. Quizás lo único nuevo es el modo en que nos movemos al entrar en una librería, cuando lo hacemos. Porque la historia que se quede para siempre con nosotros, aquella que nos haga la mejor compañía en un momento complicado, aquella que detone la imaginación, la que nos impulse a sentarnos a escribir la nuestra propia, quizás esté en la mesa de novedades. Y, tres meses más tarde, en las estanterías.
Tal vez, al consultar nuestras agendas llenas de citas, compromisos y obligaciones, veamos imposible añadir un paseo por alguna librería esta semana. En los días posteriores del calendario, parte de los libros que descansaban sobre la mesa de novedades habrán cambiado. Lo que permanecerá inalterable será la historia que contengan. Estén en una mesa, en una estantería o en un almacén. La vida efímera es la nuestra, no la de ellos, que podrán seguir ahí aún cuando no haya nadie para leerlos. Los libros no caducan. Lo que ofrecen, todavía menos.
MANUELA IGLESIAS SANMARCO
Publicado a las 15:28h, 11 junioUna profunda y estupenda reflexión a partir de un detalle de mercadotecnia, que suele pasar desapercibido a la inmensa mayoría, pero que entraña tanta carga de verdad y cruda realidad monetarista. Menos mal que no solo cotiza lo efímero en el arte de crear cultura. Ánimo a todas las mentes creativas que como la de Paulo nos enriquecen
Admin
Publicado a las 06:56h, 07 julioMuchas gracias por tus palabras, Manuela. Confiemos en que la cultura, como hasta ahora, sepa sobreponerse a la mercadotecnia.