LA METAMORFOSIS INFINITA

LA METAMORFOSIS INFINITA

Hay autores que apuestan siempre por el mismo tema, por el mismo género, por el mismo estilo… Nada que objetar, porque sobre contar historias pocas reglas cerradas existen (y estas, a menudo, sirven para ser moldeadas a gusto de cada particular). Todos habremos oído o leído en alguna ocasión eso de que «uno escribe sobre lo que conoce». Pero, en este caso, sería de mayor utilidad pensar en algo así como «uno escribe sobre lo que se atreve a escribir». Porque Paul Pen hace a menudo eso en sus novelas, solo que de manera muy distinta en cada una de ellas.

En La metamorfosis infinita sí aparece lo que podría considerarse como una marca del autor: su innegable destreza para conjugar la violencia con la ternura. Dos conceptos tan opuestos, tan difíciles de hermanar, son para Paul dos caras de una misma moneda, dos siameses. El mundo que se contempla en sus libros (tan fiel en su esencia a aquel que habitamos quienes los leemos) dejaría de existir si en él se acusase la ausencia de la una o de la otra. Violencia y ternura; esta vez, para contar una historia desgarradora en la que cada cual deberá dirimir si la oscuridad gana la batalla a la luz. O viceversa.

Quien narra los hechos es la madre de Alegría, una joven muerta a manos de un grupo de desalmados (bautizados posteriormente por la prensa como «los Descamisados») que, convencidos de que sus derechos están por encima de los de cualquier otra persona, la arrinconan una noche en un callejón donde la convierten en víctima de un macabro crimen. La primera decisión arriesgada que toma el autor para armar esta historia es también el primero de sus aciertos: elegir a la madre de la víctima como voz narrativa. Sentir la rabia, el dolor, la ausencia con la que debe convivir una madre a la que, sin piedad y en un pestañeo, le han arrebatado lo más preciado de su vida, o su vida misma…, todo eso hace que los acontecimientos cobren un cariz personal e íntimo, vinculándonos de manera irremediable a unos hechos a los que jamás querríamos hacer frente. Tampoco esta madre. Sin embargo, a ella no le han dejado otra opción.

«Bombear sangre al resto del cuerpo no es la labor más importante del corazón». Esta afirmación rotunda subyace como una especie de leit motiv a lo largo de la obra, toda una declaración de intenciones con la que uno puede empezar en desacuerdo por lo que tiene de atrevimiento para, al cerrar el libro, terminar asintiendo en silencio, concediéndole la razón a quien se ha atrevido a formularla. Porque otra habilidad del autor es la de lograr que tanto argumento como trama evolucionen a lo largo de las páginas. En una narración con un ritmo asfixiante por momentos, lleno de emoción en otros, una revelación sucede a otra, como en un juego de matrioskas. Paul Pen no engaña nunca al lector, lo engatusa con arte. Planta una semilla, advirtiéndole de que hay algo que todavía no sabe, de que hay sorpresas preparadas para el camino que ha decidido emprender. Y esas revelaciones son algo más que un mero golpe de efecto: son hitos que poco a poco componen la forma y el fondo de lo que se nos está contando. 

Esta es una historia de amor y de venganza, de coraje y de cobardía, de luz y de sombras. Una confesión llena de contrastes, también de humanidad, con todo lo que eso implica. Es la ocasión de saber quién fue Alegría, y de lo que su madre decidió hacer por ella, acompañada de otros personajes que, en evolución constante, consuman una metamorfosis fulgurante.

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