El nadador en el mar secreto

El nadador en el mar secreto

A quienes tenemos la costumbre de leer, nos suele pasar que oímos hablar de algún título que desconocemos y que dejamos pasar hasta que otra voz vuelve a rescatarlo. Cuando esto ocurre más de dos veces, lo habitual es que se active una especie de advertencia interna. «Toma nota de ese libro», «ya van tres personas que hablan maravillas de esa historia». El nadador en el mar secreto es una novela corta publicada en 1975, por lo que tiempo ha habido para que su título se diluyese en las corrientes del olvido. Ha nadado sin embargo contra la corriente, y a día de hoy unos lectores lo recomiendan a otros. Para muestra, este texto.

En las noventa páginas de la edición realizada por Navona Editorial está contenida una historia narrada por una voz de una sencillez y una fuerza asombrosas. Cómo se puede expresar tanto con tan poco es una cuestión que puede quedar sin resolver por más relecturas que se hagan de la obra. Quizás no haya que encontrar una respuesta, solo disfrutar del relato.

El narrador es una tercera persona no identificada que se apoya en Laski, un hombre que debe llevar a su mujer, Diane, al hospital; acaba de romper aguas. Antes de que sea posible darse cuenta, estamos envueltos en un relato sobrio y a la vez poético, conciso y al mismo tiempo expresivo, sobre cómo las personas pueden afrontar un alumbramiento. Hay una contención constante que dota a la narración de una tensión calmada, la misma que parece recorrer a Laski, a quien seguimos en todo momento. Vivimos, al igual que él, los tiempos de espera en el hospital, la incertidumbre respecto a los protocolos, el temor a que las cosas no salgan como deberían salir. No hay juicios más allá de los propios de este personaje, que son de una pureza sobrecogedora; nada se entromete ni ensucia una aproximación que resulta brutal por lo que de honesta y humana tiene.

Laski es un alter ego del autor de la obra, William Kotzwinkle, y esta es una información innecesaria para acceder a la lectura pero que podría explicar tantas cosas como tantas otras enmarañaría. Cabe pensar que una narración tan sobria, tan concreta, solo es posible si hay algo de vivencia por parte de quien la ha escrito. Al mismo tiempo, cuesta asimilar que una contención tal provenga de alguien involucrado en una experiencia de estas características. Porque, atendiendo al argumento, los acontecimientos se vuelven dramáticos. Solo que la narración es tan hipnótica, la metáfora y las emociones se convierten en oleadas tan certeras, que no hay posibilidad de regodearse en la desgracia, de perderse en senderos secundarios. Están la realidad y la manera en que la afrontan los dos personajes de esta historia, nada más. Bueno, sí. Está también la naturaleza.

La pareja vive en una zona aislada y boscosa, dos artistas retirados de los torbellinos sociales que recorren las grandes urbes. Y a través de la mirada de Laski sentimos la conexión que tiene con lo que le rodea. La nieve, los árboles, la tierra. El mar. La naturaleza es abrigo y es desconcierto, es refugio y es lápida. Es lo que permanece cuando lo demás ya no está, o no llega a estar. Y ese acompañamiento que hace dota a los personajes de una personalidad para la que no han sido necesarios elementos descriptivos. Es contar a través de lo que se muestra, no de lo que se enumera.

Resulta imposible decir si El nadador en el mar secreto es un relato luminoso u oscuro, si es crudo o si es tierno. Está por encima de cualquier etiqueta: es vida. Y, dentro de esta, queda contemplada también la muerte. Lo que pocas dudas puede plantear es si seguirá siendo o no una historia que unos lectores se recomienden a otros, pasen los años que pasen. Nadie puede guardarse para sí solo la belleza.

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