El festival que queremos

El festival que queremos

Me considero un apasionado de la música, aunque no tanto del concepto festival. No tengo nada en contra; de hecho, he disfrutado de unos cuantos a lo largo de mi vida. Solo que, con el paso de los años, he cambiado las tiendas de campaña y las jornadas maratonianas de artistas en directo por otras costumbres que rebajan el impacto de las agujetas, la afonía y la resaca. Aun así, hoy vengo a defender este tipo de celebración. Pero no en su totalidad.

No creo que a nadie le resulte desconocido que, sobre todo en verano, España es un país que se llena de festivales año tras año. Musicales, principalmente, pero los hay también de gastronomía, de artesanía…, cuando no están todos concentrados en uno solo. El problema es que, últimamente, empieza a extenderse por nuestra geografía otro tipo de festival que, a mí al menos, no me convence nada. El festival de la sanidad pública.

Como ejemplificando resulta todo más ameno, hablaré de los dos festivales a los que he asistido este verano que ya parece tocar a su fin. No voy a dar nombres, para que así la imaginación de cada uno se expanda y pueda retrotraerse a los que haya disfrutado por su cuenta. En el primero de ellos, celebrado en julio, me sorprendí dando brincos con la energía de grupos como Izal (y la anticipada nostalgia de que tal vez sea esta su última gira) o el buen rollo de La Casa Azul. En el segundo, que tuvo lugar un par de semanas después, los brincos los daba porque la fiebre y el malestar apenas me dejaban estarme quieto en el sitio. El sitio, claro, eran las inmediaciones del vestíbulo de Urgencias del hospital.

Si en el primero el ambiente era de unión ante los estribillos reconocidos y anhelados por todos, en el segundo el silencio denso era interrumpido a menudo por los lamentos que apenas podían contener quienes se congregaban a las puertas del lugar, rezando no con éxtasis pero sí con sufrimiento por escuchar su nombre amplificado por la megafonía. Al primer festival accedí sin hacer cola; respecto al segundo, la espera fue de hora y media. Si en ocasiones las ganas de ver en directo a tus grupos favoritos te hacen estar un poco ansioso, no resulta complicado imaginar lo que debe de sentir alguien que acaba de fracturarse una pierna en un accidente de coche, alguien con el brazo infectado e inflamado por las mordeduras de un perro, alguien cuyo dolor lo hace mantenerse encorvado hasta el punto de necesitar una silla de ruedas. Imagina soportar eso sin saber cuántos minutos pasarán hasta que tu nombre resuene y, entonces sí, algún especialista comience a prestarte atención.

En el primero de estos festivales, me llamó la atención la eficiencia de la organización: varias personas ubicadas de manera permanente en la entrada garantizaban un flujo de acceso continuado al interior del recinto; otras decenas despachaban con desenvoltura todas las peticiones que los asistentes hacían para rellenar sus vasos o estómagos vacíos; las filas para acceder a los baños se deshacían con agilidad gracias al número de lavabos portátiles disponibles. En el segundo de ellos, la sala de espera estaba a rebosar, de manera que muchos de los congregados debían buscar apoyo en las paredes o asiento en las aceras del exterior. El triaje se hacía de uno en uno, por lo que los minutos se acumulaban sin miedo entre una llamada y otra. Y el estribillo repetido hasta la saciedad (no exagero si lo oí más de quince veces) por la mujer que con mucho temple atendía a cada nuevo y potencial paciente era el siguiente: «Ten paciencia, ¿vale? Hay muchísima gente y no tenemos personal».

Hay muchísima gente y no tenemos personal. En el festival de música había mucha gente y, por tanto, había el personal adecuado para cubrir todas las necesidades. Es de sentido común: el público desembolsa una cantidad económica para obtener la experiencia que busca, que no es otra que la de disfrutar: de los artistas, del ambiente, de la bebida, de la comida, etcétera. En el festival de Urgencias no. Todos pagamos por él, pero parece ser que no lo suficiente para garantizar que la experiencia sea la que esperamos cuando nos vemos en la necesidad de asistir a él. Puede haber muchísima gente, pero ese no es el problema. El problema es que no hay el personal suficiente para atenderla.

Sabemos (y si no lo sabemos, los datos son accesibles) que no escasean los profesionales sanitarios. Lo que sí escasean son las condiciones que no denigren su trabajo. Hablamos de sueldos, pero también de turnos, y de otras problemáticas que han señalado y censurado en más de una ocasión. Cada vez con más fuerza, cada vez con más frecuencia. Porque este tipo de festival se está descuidando. Sus promotores (mejor dicho, sus responsables) parecen no ver ya en él un proyecto elemental o, quién sabe, rentable. «Quizás no sea tan necesaria la sanidad pública», titubearán algunos. «Existen otros tipos de estrategias (privadas)», bisbisearán otros. Y con esa actitud, uno de los festivales punteros de España empieza a desvanecerse. Empiezan a prolongarse en cada una de sus ediciones las horas de espera, falla la organización, escasea la atención prestada a cada asistente… El cartel que antes anunciaba con orgullo todas sus bondades luce ahora deslustrado. Ya no es el festival de referencia que un día fue. Porque un día lo fue.

Ahora tenemos la posibilidad de viajar de un festival a otro cada semana (cada jornada, diría). En época estival, sobran propuestas para dar brincos al ritmo de nuestras canciones favoritas, para rodearnos de amigos y desconocidos con el único afán de disfrutar del tiempo que nos fue concedido. Y eso es bonito, es mágico. Pero también lo sería acudir a Urgencias con la garantía y el alivio de saber que seremos atendidos de la manera en que nuestro estado lo requiera. Sería precioso no ver cómo un accidentado se retuerce en el asiento de una sala de espera, cómo una madre aguarda sentada en un bordillo con su bebé indispuesto en el regazo. Sería increíble no sentir la fiebre cobrando más fuerza ante el avance impasible de las agujas del reloj, mientras a unos metros de ti se repite sin parar el estribillo del año: «Ten paciencia, ¿vale? Hay muchísima gente y no tenemos personal». Sería increíble, sí, pero no debería serlo.

3 Comentarios
  • Laura Espelt
    Publicado a las 07:57h, 26 agosto Responder

    Curiosa y realista comparación, ciertamente en la sanidad pública hay uno o varios problemas, no he indagado mucho en el tema, pero como usuaria, «indignada», cuando he precisado de su labor/ayuda, mi experiencia ha sido bastante nefasta, no hace falta entrar en detalles porque todos tenemos nuestras propias experiencias, lamentablemente, en el tema. La solución ha sido pagar una mutua.
    No me gusta pagar dos veces por un mismo servicio y me molesta incluso. ¿A lo mejor es lo que pretenden desde el gobierno? ¿La salud es una fuente inagotable de dinero? Se dice que lo único que no se paga con dinero es la salud pero mientras estemos vivos van a exprimir esta carta a toda costa. ¿Juegan con el desconocimiento, en el que me incluyo totalmente, para llevar al rebaño a su terreno? Seguramente.
    Profesionales que van cada día a trabajar dando lo mejor de ellos mismos para atender a las personas como merecen y se ven cansados y limitados por los recursos que les otorgan, atados de manos solo pueden escuchar y trabajar encadenados o bien irse a trabajar en centros privados.

    Nadie dice que sea fácil la gestión pero como bien dices, en una época el cartel lucia bonito y con orgullo.

  • Mila
    Publicado a las 09:12h, 26 agosto Responder

    Tengo 43 años, mujer, no recuerdo una sola vez que haya acudido a urgencias de cualquier hospital, público o privado, y no haya tenido que esperar una media de dos horas. Ya fuera para mí, para mis hijos o para mis mayores.
    Desde que soy niña siempre he tenido problemas estomacales, era horrible, horas y horas en hospitales y nunca daban con nada. Tengo recorrido en las urgencias de hospitales.
    La falta de recursos no es de ahora, ésto es fruto de muchos, muchos, años de mala gestión, y no me convence el término “mala” porque lo que para mí es malo para otro puede ser bueno.. diré gestión ineficiente de los recursos públicos.

    Algunos hospitales parecen salidos de la antigua URSS, carentes de recursos materiales, ahora algunos que se llaman de gestión mixta tienen recursos materiales pero los recursos humanos escasean. No soy experta en gestión de recursos pero si perdemos de vista al paciente el hospital dejará de ser un hospital. Como si perdemos de vista al alumno, la Escuela dejará de ser una Escuela.

    Profundizando más allá en la problemática de la Sanidad Pública.. deberíamos cambiar el modelo a un sistema más preventivo. Promocionar la salud psíquica y física es la mejor gestión que puede hacerse.

  • Rocío Montero Ledesma
    Publicado a las 09:38h, 26 agosto Responder

    Te aplaudo. Como siempre, un 10. No puedo más que corroborar cada palabra del texto. Hemos sido siempre un país referente en la sanidad pública y por desgracia, la cosa está cambiando a pasos de gigante hacia lo que no queremos. Un abrazo

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