EL CABALLERO INEXISTENTE

EL CABALLERO INEXISTENTE

Si alguien formulase la siguiente pregunta: «¿recomendarías empezar a leer a Italo Calvino con El caballero inexistente?», no sabría qué responder. Sí y no. No sé, tal vez. Respuestas imprecisas, en todo caso. Pero como nadie ha preguntado nada en voz alta, y esto no se trata de nada más que de alguien que divaga frente a la pantalla del ordenador, lo más apropiado sería decantarse por una contestación más concreta, capaz de aportar algo. Así que optemos por el sí. Defendamos que El caballero inexistente sería una lectura estupenda para acercarse por primera vez a Italo Calvino (o para seguir conociéndolo si ya ha habido contactos anteriores con el autor).

Nacido en Cuba, aunque italiano de identidad y nacionalidad, Italo Calvino despuntó pronto como un escritor de mirada singular, poseedor de una voz propia con la que armar y contar historias tan lúcidas como alejadas de ciertos cánones. El caballero inexistente es una novela breve enmarcada en la trilogía Nuestros antepasados, que completan El vizconde demediado y la popular y celebrada El barón rampante.

¿Qué puede uno encontrarse en esta novela? Lo que uno quiera, si deja volar la imaginación tal como hizo el propio autor al escribirla. Porque se puede reconocer en ella la estructura de una fábula, aunque reconvertida en otro género distinto. Cabe la posibilidad también de explorar un terreno cercano al de los libros de caballerías (esos que harían las delicias de don Quijote), pero a través de unos caminos que pronto empiezan a bifurcarse y a trazar rutas que poco o nada tienen que ver con las de los hidalgos de la época. Lo que no pasará desapercibido, seguro, son el humor por momentos absurdo y la fina ironía que vertebra todo el relato. Una ironía inofensiva, nada rabiosa. Que sirve para hablar, sin mencionarlo de manera explícita, de la identidad de las personas. De quiénes somos y no somos. De quiénes podemos o no llegar a ser.

El protagonista, si es que este libro tiene uno, es Agilulfo, un caballero que no existe. El título de la obra no lleva a engaño, no. Agilulfo es una armadura resplandeciente y hueca por dentro. Alguien que anhela ser pero que no tiene la posibilidad de lograrlo. ¿Adivináis quién podría ser su particular escudero? Llamémoslo Gurdulú, por quedarnos con uno de los muchos nombres que la gente utiliza para referirse a este personaje que existe, al contrario que su señor, pero que no lo tiene muy claro. Podría parecer que esta es una novela demasiado existencialista, y por lo tanto de lectura enrevesada y dificultosa. Nada más lejos. Calvino no aspira a ponerse exquisito ni con la prosa ni con las ideas que subyacen en el texto; se preocupa en todo momento de ofrecer un relato entretenido y en el que los acontecimientos se suceden unos a otros. Lo hace, eso sí, sin respetar códigos convencionales como el del clásico «presentación-nudo-desenlace». Por tanto, los personajes secundarios aparecen cuando menos se lo espera uno, la trama da un vuelco cuando creemos que la historia iba por otro lado… y el absurdo, arma muy potente en esta obra, nos lleva de un lado a otro sin llegar nunca a marear ni a causar rechazo.

Merece mención especial, por supuesto, el joven Rambaldo, que admira sin llegar a comprender al honorable Agilulfo, y que se enamora con furor de la amazona Bradamante, el personaje con más carácter que aparece en escena (y que nos tiene reservada alguna que otra sorpresa a lo largo de la narración). No hay que olvidarse tampoco de Turrismundo (desde luego, los nombres escogidos son sin duda una declaración de intenciones), que cobra relevancia avanzado ya el relato, pero para protagonizar o impulsar algunos de los momentos más reflexivos y profundos de esta historia.

Lo que no merece la pena es entrar en detalles respecto al argumento, la trama, la complejidad de los personajes. Ese análisis se hace mediante la lectura, no a través de la crítica. Por eso toca reafirmarse en la respuesta dada en el párrafo inicial: sí, El caballero inexistente sería una lectura estupenda para acercarse por primera vez a Italo Calvino (o para seguir conociéndolo si ya ha habido contactos anteriores con el autor).

Dejo, como cierre, uno de los diálogos finales de la novela, que resume con una lucidez extraordinaria la esencia de la misma: 

—¿Tendré que considerar como igual a este escudero, Gurdulú, que ni siquiera sabe si es o no es?

—Aprenderá también… Tampoco nosotros sabíamos que estábamos en el mundo… También se aprende a ser

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