
07 Oct Desnúdame despacio, que tengo prisa
Hace unos días, fui testigo de un atropello. Para que nadie se inquiete ya en la primera línea, lo primero que diré es que la víctima no sufrió daños graves. Una caída sobre el asfalto que se saldó con un par de rozaduras y un más que probable moratón en la cadera. Lo siguiente que debo señalar es que el culpable no fue el conductor del vehículo. Fueron las prisas.
Junto a mí, un par de personas aguardaban a que el semáforo se pusiese en verde para los peatones en una calle cualquiera del centro de la ciudad. Al otro lado del paso de cebra, otros dos viandantes esperaban exactamente lo mismo. Nada hacía presagiar lo que ocurriría pocos segundos más tarde: la tarde era cálida, mucha gente no había salido todavía de sus trabajos, los coches pasaban en ambas direcciones sin prisas ni retenciones. Entonces apareció ella, con una mochila en la espalda, auriculares en las orejas y unas compañías poco recomendables. Las prisas.
El tiempo de que disponía, en principio idéntico al de los demás seres de su especie, le permitió tan solo fijarse en que el semáforo que tenía enfrente estaba en rojo para vehículos. Así que decidió que eso era suficiente, a pesar de que el color era rojo también para los transeúntes. No reparó en que la carretera tenía dos sentidos, y que uno de ellos estaba todavía abierto para el tráfico. Cruzó sin mirar, porque las prisas no dejan espacio a los detalles, y ese tiempo que parecía escurrirse entre sus dedos le concedió dos pasos apurados. Cuando iba a dar el tercero, la embistió el morro de un coche blanco.
A mi lado se oyó un suspiro ahogado, y en mi pecho el corazón se saltó un latido. Siempre impresiona ver un accidente. Lo más sobrecogedor es la décima de segundo anterior a que se produzca: no tienes tiempo de anticipar el alcance de la tragedia, solo la certeza de que algo malo va a ocurrir y ya es inevitable. El frenazo fue estridente, por suerte, indicador de que el conductor había tenido reflejos suficientes para pisar el pedal y evitar daños mayores. La chica trastabilló, perdió el equilibrio y terminó sobre el asfalto.
Se recompuso con urgencia, el conductor hizo amago de bajar de su vehículo pero ella dibujó un par de gestos torpes en el aire para hacerle entender que se encontraba bien y que lo sentía. Las prisas no le permitieron añadir nada más. Cruzó el paso de peatones con el mismo apremio con que había abordado el primer intento. Esta vez lo consiguió, ante la mirada atónita de quienes aguardábamos para cruzar y que casi perdemos el turno retenidos por la estupefacción. El semáforo no había regresado todavía al rojo cuando la chica era ya una mancha borrosa en el horizonte. Las prisas se la habían llevado de allí.
Miré a quienes por un momento se habían convertido en compañeros involuntarios y que compartían conmigo la condición de testigos. Pero había sucedido algo: las prisas habían dejado su huella, habían esparcido sus partículas por el aire y estas, como en la más exitosa de las epidemias, habían hecho diana en los presentes. Los transeúntes cruzaron en una y otra dirección el paso de peatones, los vehículos siguieron su camino. En cuestión de segundos, el escenario quedó despejado. Las prisas son un criminal brillante, no solo ejecutan con facilidad sus planes, también borran con extrema eficiencia sus huellas. Y, así, todo volvió a ser lo que era: una vía urbana más en el centro de la ciudad.
Crucé, al igual que los demás, el paso de peatones. Seguí mi propio rumbo, como hizo cada uno de los congregados. Pero lo hice pensando en lo que acababa de ver. No había mucho que rascar, tampoco. Se trataba de una imprudencia que había podido tener un final bastante más atroz, nada más que eso. Sin embargo, si bien las prisas parecían no haber hecho mella en el ritmo de mis pasos, sí dieron caza a mis pensamientos. Empezaron a acelerarse, a multiplicarse. ¿Y si el coche no hubiera podido frenar? ¿Y si la chica hubiese caído de peor manera? ¿Qué era eso tan importante que la esperaba al final de su trayecto? ¿Adónde llegaba tarde, si es que llegaba tarde? ¿La habían atropellado escuchando una canción de punk, un ritmo punteado de ACDC, o el choque se había producido con una bachata como banda sonora? ¿Una balada, tal vez, para darle una pincelada irónica al suceso?
Me hice muchas preguntas, o ellas me hicieron prisionero a mí. No podía darles una respuesta, solo alimentarlas a través de la especulación. Pero la falta de certezas hizo que empezase a mirar a mi alrededor con otro interés. Localicé a una pareja de ancianos que avanzaba a paso tranquilo, en silencio. También a un padre que llevaba de la mano a su hija pequeña, que con unos pucheritos parecía mostrar algún desacuerdo con él. Ninguno de ellos me pareció víctima de las prisas, así que continué mi paseo con calma. Pero, más adelante, vi cómo varias personas corrían hacia una marquesina en la que un autobús se había detenido. A él se subían las últimas personas. Las últimas, porque el conductor no esperó por aquellos que trataban de darle alcance al galope. Las puertas se cerraron, el transporte se puso en marcha y, a pesar de los gestos vehementes de quienes se aproximaban a toda la velocidad que permite la anatomía humana, no volvió a detenerse.
Sentí pena al pasar junto a quienes ahora respiraban con dificultad, alguno medio encorvado, en busca de un aliento que habían perdido en los últimos metros. Automáticamente, las preguntas regresaron al ataque: ¿por qué era tan urgente para estas personas coger el autobús? Si en un cuarto de hora, como mucho, pasaría otro que completase el mismo recorrido, ¿qué podían perder en ese plazo de tiempo? ¿Era la urgencia de dar por cerrada la jornada laboral y verse de vuelta en sus casas lo que les había hecho lanzarse a la carrera? ¿La obligación de recoger a los niños en el colegio? ¿Una cita? ¿Una sesión de cine? ¿O se trataba tan solo del fastidio de ver cómo el autobús se te escapa en la cara?
De nuevo, mil hipótesis y ninguna evidencia. Podría haberme acercado a ellos para traspasarles las preguntas, pero esto abriría una nueva: ¿y a mí qué me importan las prisas de los demás? Pero teniendo en cuenta su capacidad de contagio, me importan lo mismo que el covid, por ejemplo. Me importan porque se instalan en silencio en las rutinas habituales y se hacen con el control de todo. De las obligaciones, de las necesidades, de los planes, de los placeres. Las prisas lo invaden todo y tienen la capacidad de no dejar nada. El estrés, la ansiedad y otros conocidos habituales tienen mucho que ver con las prisas, o las prisas con ellos. Los accidentes, también. Las prisas provocan que uno dé una mala contestación, esboce un gesto equivocado. Consiguen que no disfrutemos de lo que nos proponemos hacer.
«Las prisas no son buenas consejeras», dice una frase hecha que ya no utilizamos tanto porque, simplemente, hemos optado por omitir su advertencia. Nos jactamos de hacer mil cosas al día, a la semana, llegamos a final de mes y observamos orgullosos lo repleta de anotaciones que está la agenda. A veces, incluso, hacemos esas mil cosas y somos incapaces de sacudirnos la sensación de que no ha sido suficiente. De que entrenar, ir a un concierto, concertar todas esas reuniones, realizar todas esas llamadas, tomar algo con estos amigos y cenar con estos otros, atender a cuestiones familiares, cubrir esos trámites obligatorios, y ocuparse de todas las sorpresas que supone estar vivo en una sociedad que se mueve a este ritmo, no es suficiente.
Qué interesante sería no contagiarnos unos a otros las prisas. Llegar a la meta de cada pequeño hito de nuestras rutinas sin sensación de apuro, de falta de aire. Hacer más o menos cosas, pero sin correr para lograr llegar a todo. Las cosas que más nos gustan, que más nos importan, tratamos de hacerlas sin apremio, porque es así como se disfrutan más. Sería cuestión de resignificar las prisas, si así nos resulta más sencillo, de sustituir su urgencia por las ganas. De esta manera, cobraría más sentido esa otra frase hecha, «Vísteme despacio, que tengo prisa», a la que le plantearía una leve modificación. Porque cuando uno quiere vestirse adecuadamente para un compromiso importante, debe hacerlo despacio. Igual que si el compromiso requiere de desnudez. Y sabemos que estos últimos, los que son auténticos y no el mero resultado de un deseo ansioso y efímero, no ocurren tantas veces en la vida. Sería una pena que las prisas nos arrebatasen también la belleza de ese momento.
Laura Espelt
Publicado a las 08:14h, 07 octubreIncreíble, como me gusta leer este tipo de artículos que escribes, Y lo hago con muchas pausas, (por pura supervivencia laboral), porqué lo leo recién salido del horno, y a mediodía de nuevo, en voz alta, sin prisas, para mi madre. Y en cada lectura le veo algún matiz que me había pasado desapercibido.
Porqué sí, la sociedad quiere llevarnos a vivir con prisa pero la vida se vive mejor con calma y consciencia en cada una de las cosa que hacemos, desde despertar, atarse los cordones de las deportivas para salir a vivir. e ir a dormir, sin dejar que te caiga el libro encima, siendo consciente del sueño que quiere su protagonismo, y dárselo.
“Las prisas son un criminal brillante”, y como lo lamentamos cuando ocurren cosas que no puedes cambiar, el ir a toda prisa y no haberte permitido compartir de forma distinta con las personas o animales o lo que sea que ya deja de estar en tu vida. Y me prometo leer más despacio para no restarle ninguna belleza a este momento de los viernes.
Admin
Publicado a las 10:38h, 07 octubreLeerlo con muchas pausas y sin prisas suena estupendo, Laura. Rodearse de calma debería ser un derecho. Que disfrutes de los viernes y del resto de días de la semana. 🙂
Laura Espelt
Publicado a las 08:15h, 07 octubre¡Gracias, Paulo!
Paula
Publicado a las 09:03h, 07 octubreMe encanta cómo lo relatas porque me has hecho sentirlo, releer muchas frases,porque cuánta razón.¡Gracias!.
Admin
Publicado a las 10:39h, 07 octubreGracias a ti por tomarte el tiempo de leerlo y releerlo, Paula.
Ana Molain
Publicado a las 10:29h, 07 octubreComo decía el gran Gregorio Marañón “la rapidez que es una virtud, engendra un vicio que es la prisa” gracias por tus reflexiones Paulo, que nos hacen reflexionar a todos
Admin
Publicado a las 10:39h, 07 octubreY qué acertadas las palabras De Gregorio Marañón. Muchas gracias, Ana.
MONTSE
Publicado a las 14:11h, 07 octubreToda la razón!las prisas se contagian y nos impiden disfrutar de las cosas.Yo estoy en una época de mi vida que no quiero correr ni acelerarme,quiero disfrutar de todo pausadamente,me produce más satisfacción y me encuentro mejor conmigo misma.Este artículo lo he disfrutado de principio a fin sin prisa,pero sin pausa.Gracias por hablarnos siempre de la cotidianidad y de lo cercano.👍🏻😊
Vanesa
Publicado a las 14:13h, 07 octubreMe encantan tus artículos Paulo, qué gran reflexión nos ha dejado el de hoy. En estos tiempos en los que vivimos, en el que las prisas están instauradas en nuestro día a día, hay que ser conscientes de que vivir en calma es una necesidad, no un lujo. Curiosamente yo llevo un tiempo que cada vez que siento ese ansía de correr, me digo a mi misma: “Tranquila, tienes tiempo”, así que este articulo me demuestra que voy por el camino correcto. Gracias por recordarnos que lo importante no es tener una agenda con mil cosas para hacer, si no que lo importante es como te sientes cuando las haces.
Admin
Publicado a las 14:24h, 07 octubreGracias a ti también por tu reflexión, Vanesa. Estamos rodeados de estímulos las veinticuatro horas del día, prácticamente. Así que aunque necesitemos recordarnos a menudo que no hace falta correr, vale la pena con tal de conseguirlo.
Dende Catoira Xela Cid
Publicado a las 14:16h, 08 octubreGrazas Paulo. Encantoume o teu artigo. Foi a miña sobremesa perfecta deste sábado de verán en Galicia.
As túas reflexións chegáronme precisamente no momento no que acabo de perder un compañeiro que foi mortalmente atropelado esta semana por un furgón de reparto nun paso de peóns en Santiago. Foron as présas.
Sí, un visto e non visto. Un morto no medio da estrada. Unha morte “tonta”. Unha consecuencia da présa. Esquecemos o que é levar a vida de vagar.
Ti fixeches agromar no teu artigo un feixe de reflexións marabillosamente escritas.
Dende agora xa tes en min unha seguidora incondicional do teu traballo. Segue agasallándonos con estes relatos e artigos tan suxestivos e de tanta calidade literaria.
Pilar
Publicado a las 15:27h, 08 octubreMoitas grazas polas túas apreciacións e reflexións. Sigue deleitándonos coa túa escrita. Bicos