
30 Sep De la elegancia y la deportividad
A estas alturas, quedarán pocas personas que no hayan visto la que fue la imagen del fin de semana anterior. Roger Federer y Rafa Nadal, dos mitos vivientes del tenis, cogidos de la mano y con los ojos enrojecidos por los lloros. El motivo: la retirada profesional del primero. Un momento simbólico, de un poder que nadie quiso pasar por alto. No obstante, como casi todo en esta vida, la imagen tiene algo de truco. Cuando se congela algo que está en movimiento, se puede manipular su esencia. Ese momento de manos entrelazadas que se ha utilizado para componer odas a la nueva masculinidad o a la auténtica fragilidad del género que siempre opta a la excelencia, no fue tan íntimo como pretende demostrar la fotografía. Fue Federer quien buscó la mano de Nadal en un acto instintivo para retirarla al instante, no por vergüenza o reparo, sino por la inquietud provocada por la mezcla agitada de emociones que lo embargaban en ese instante.
A pesar de todo, la fuerza de ese momento es monumental. Porque ambos tenistas aparecen superados por las circunstancias, reflejo tan desgarrador como brillante de lo que uno ha significado para el otro a lo largo de casi dos décadas de rivalidad. Una rivalidad únicamente deportiva, que en diversas ocasiones los medios de comunicación trataron de convertir en algo más personal (algún día dedicaré unas palabras a la prensa deportiva). Dos atletas que a lo largo de su carrera lo han dado todo por intentar ser su mejor versión; en su caso, el mejor del mundo. Quizás también el mejor de la historia.
Según la RAE, una de las acepciones de la palabra «deportividad» es la siguiente: «Actitud de quien acepta de buen grado una situación adversa». Podemos decir que eso es lo que han hecho siempre estos dos hombres, aceptarse mutuamente de buen grado. Porque en la leyenda del uno estará la presencia del otro. Su figura no se entendería de la misma manera si hubiese faltado uno de los dos. Pero ahí han estado. Ofreciendo al público los mejores partidos, también los mejores gestos. Porque son diversas las ocasiones en que se han expresado cariño y admiración mutua, y repasándolas cualquiera puede ver que en sus palabras hay honestidad. No falsa modestia o declaraciones protocolarias. Se trata de elegancia.
Probablemente, el tenista suizo sea uno de los deportistas más elegantes de todos los tiempos, dentro y fuera de la pista. Se puede ser fanático de Nadal, de Djokovic o lego en tenis, pero los golpes técnicos de Federer tienen la capacidad de enamorar a cualquiera que lo vea jugar solo un minuto. Tardaremos en volver a ver un revés así. También a un tenista con ese aplomo, que no parte raquetas en mitad de una rabieta, que no falta al respeto al árbitro cuando los nervios afloran, que no deja a ningún trabajador con la palabra en la boca en mitad de una rueda de prensa. Tampoco hemos visto nunca a Nadal destrozar una raqueta, insultar a nadie sobre la pista. Y si alguna vez se ha equivocado con un rival, no ha tenido problema en pedir perdón. Elegancia y deportividad.
No obstante, si hablamos de estas dos cualidades, habrá que hacerlo también de la carencia de las mismas. Y sin abandonar el mundo del deporte, toca poner el foco en el terreno futbolístico. Pero no para hablar de hombres, como siempre se espera. Es momento de hacerlo de uno solo, en singular, y de su contrapunto con voz de muchas mujeres, en plural. Seguramente haya pasado más desapercibido que el gesto entre Federer y Nadal (aunque tenga más relevancia en nuestro país), pero la noticia en el marco del fútbol femenino es la renuncia de hasta quince jugadoras profesionales a ir convocadas con la selección española. ¿El motivo? Las discrepancias con su entrenador, Jorge Vilda. Un hombre que se aferra a su sillón, apoyado por sus amigos (los mismos que lo han sentado ahí), y al que poco parece importarle lo deportivo o lo que las mujeres opinan.
Mientras que con los dos tenistas todo han sido ovaciones, alabanzas y suspiros por parte de los medios, en este caso ha habido una división marcada. Y entre el pueblo (ese de taberna, física o virtual, en el que los dos únicos temas de conversación permitidos son el fútbol y la política) el posicionamiento ha sido claro. Seguro que lo podéis anticipar, si no estáis al tanto de ello. Lo resumo en estas palabras: «tanto que dieron la matraca con lo de la igualdad, y ahora que tienen lo que querían se ponen caprichosas».
Ponerse caprichosas, según estos consejos de sabios, es renunciar a la posibilidad de jugar un Mundial. Eso por lo que efectivamente tanto han luchado, tener una carrera digna, se tambalea ahora por decisión propia de estas jugadoras. Algo no encaja. Alguna pieza nos falta. Si vamos más allá del discurso imperante, el de «estas chantajistas caprichosas que quieren boicotear a su entrenador», empezamos a encontrar los motivos que hay tras esta decisión. Al parecer, y esta información se puede leer en distintos artículos (sobre todo, en diarios no exclusivamente deportivos), las deportistas no se sienten a gusto con el control al que se ven sometidas en las concentraciones. No les gusta tener que estar con la puerta de sus habitaciones abiertas para que a medianoche el entrenador pase a hacer repaso, ni tener que rendir cuentas respecto a con quién han salido a hacer alguna compra, ni cuáles son sus planes en el tiempo libre de que disponen. En definitiva, no les gusta el paternalismo con que las tratan. No les convence eso de que se dirijan a ellas como a niñas que deben ser supervisadas. Menos aún cuando en las concentraciones de sus compañeros masculinos no pasa nada parecido.
Hay más cuestiones de fondo, muchas también de carácter deportivo, que inciden de manera directa en la relación que se establece cuando un hombre tiene el mando y quienes están bajo sus órdenes son mujeres. Pero no quiero dar pábulo a la rumorología, así que echaré aquí el freno. Hoy tocaba hablar de deportividad y de elegancia, y lo he hecho gracias a dos grandes tenistas. También lo he hecho gracias a Mapi León, Aitana Bonmatí, Lola Gallardo, Alexia Putellas, Jenni Hermoso y el resto de sus compañeras.
Laura Espelt
Publicado a las 07:17h, 30 septiembreSin ser fan del deporte, que tantos millones de espectadores tiene y tanto dinero genera. Solo soy capaz de ver que vende la victoria sin demostrar la realidad de todo el dolor que hay detrás.
Las frustraciones y faltas de respeto hacia las personas. Romper raquetas, insultos a los árbitros, como comentas, e incluso peleas entre espectadores… nos queda tanto a trabajar como humanidad. Lo que debería ser la norma, por ejemplo la relación entre Roger y Rafa, es la excepción. Nos gusta la rivalidad más que un caramelo en el patio de la escuela.
Y qué tristeza me ha generado leer la poca intimidad, que roza a mi entender, la falta totalmente de respeto, al tener que dormir con las puertas abiertas, las visitas del entrenador a media noche, y a saber qué más. Me ha generado una repugnancia absoluta. Y me pregunto, ¿porqué no tenían una mujer entrenadora?, ¿las hay?.
Gracias por este artículo de opinión tan diferente a los anteriores.
Admin
Publicado a las 07:56h, 30 septiembreSí, estamos acostumbrados a no pensar en todo el sacrificio que puede haber detrás de la competición. A nivel social, mental, etc. Aquellas personas a las que encumbramos o criticamos por sus conquistas deportivas son seres de carne y hueso igualitos a nosotros. Sufren y padecen igual, se emocionan con las mismas cosas. Pero la fama y el dinero que a veces hay de por medio los arrastran a unos lugares que no benefician a nadie (o sí, aunque nunca tengamos del todo claro a quién, porque permanecen menos a la vista). Respecto a la presencia de mujeres en cargos como el de entrenadora, hay, pero todavía muy pocas. Sería noticia que una mujer dirigiese a la selección española masculina, pero no lo es que un hombre lo haga con la selección femenina. Eso es lo que está por cambiar en este proceso lento.
Noemí
Publicado a las 08:40h, 01 octubreLos pelos de punta y pasa, pasa todos los días. Hombres que se aferran a su sillón y que no soportan que una mujer tenga algo que decir o les da pánico un equipo de mujeres que funciona. Cuando el río suena, agua lleva…y si renuncian a su sueño es que algo está pasando.