Crónicas Marcianas

Crónicas Marcianas

Lo primero que conviene decir sobre esta obra literaria es que su título, Crónicas marcianas, puede resultar un tanto engañoso. ¿Tiene Marte un papel destacado en los relatos que integran este libro? Sí. ¿Aparecen marcianos? También. Entonces, ¿cuál es la trampa? El artificio, que no trampa, es hacer creer al lector que lo que aquí se pretende contar tiene que ver con otra raza que no sea la humana. Porque estas crónicas no hablan sino de nosotros, los humanos.

Ray Bradbury demostró ser un maestro de las distopías. Un escritor que construye los escenarios a su antojo, sin necesidad de recrearse en detalles que sumen verosimilitud a relatos de apariencia futurista. No le importa el rigor tanto como profundizar en cuestiones que apelan al ser humano, entendido este como individuo y como parte de una sociedad a la que prefiere cuestionar antes que alabar (todos sabemos que el halago debilita). En estas crónicas, se hace un repaso por las distintas situaciones que podrían tener lugar si nuestra raza llegase a poner los pies en Marte, un objetivo ambicionado desde tiempos inmemoriales.

Sin embargo, una vez llegados al planeta rojo, las historias no giran exclusivamente en torno a otras posibles formas de vida, de comunicación, de habitar un planeta. Porque esos cohetes expedicionarios no son más que una excusa para hablar de todo lo que el ser humano anhela, desea, teme, ejecuta. Resulta sobrecogedora la (aparente) sencillez con que el autor retrata el peso de la soledad que puede aplastar a las personas. Sin echar mano de un despliegue narrativo o argumental, los relatos llevan al lector a escenas donde el pánico al vacío, a la incomunicación, se experimentan con un nudo en la garganta. Todo con una levedad que no es tal, ahí radica la habilidad del autor.

En cada una de estas historias (unas muy breves, de dos o tres páginas; otras, de veinte), Bradbury consigue dibujar algo entre el retrato y la caricatura que, en todo caso, alcanza el objetivo perseguido: admitir que sí, que por más que no pueda pasar, ciertos comportamientos son reconocibles en esos escenarios hipotéticos. Que, aunque nosotros no actuásemos así (siempre es más sencillo, y más cómodo, echar la culpa al prójimo), alguno de nuestros semejantes terminaría por hacerlo. Aun yendo en su contra.

En esta obra se reflejan con extraordinaria lucidez y sensibilidad las contradicciones que nos configuran, sobre todo como sujetos que conforman una sociedad. Lo distintos que podemos llegar a ser unos de otros, y lo idénticos que pueden resultar nuestros mayores miedos. Aparece la bondad, aparece el amor, desde luego, pero cualidades y sentimientos así parecen verse diluidos por otras figuras como la de la ignorancia, que no es más que el temor a lo desconocido. Volvemos, por tanto, a los miedos. Esos que quizás hacen de una raza algo peor de lo que podría haber sido. En el pasado, en el presente o en el futuro. 

No hay comentarios

Publicar un comentario